martes, 19 de febrero de 2013

Diario de una adolescente (Parte 1)

Siete de la mañana. Mi madre me ha despertado como todos los días. Enciendo el móvil, ya han dado los buenos días todas mis amigas por el grupo del Whatsapp. Las adoro, sino estuvieran ahí no sé qué sería de mi. Miro la hora y me extreso, la manía de mi madre de cada día despertarme a la hora que le da la gana. Mi hermano entra a decirme que él ya se va a clase, que llegaré tarde. "Gracias por avisar" le grito de mal humor. Me levanto corriendo, me visto y bajo a por la mochila. Mi madre me ha preparado el desayuno pero, como siempre, no tengo hambre así que salgo de casa y aviso a mis amigas para decirles que me esperen. Cuando nos reunimos todas nos vamos hacía el instituto. La verdad es que ninguna tiene ganas de ir, pero si tuviera que decir cual es la que menos, sería claramente yo. Estoy más que harta de toda la gente de aquí. Nadie tiene respeto hacia nadie, todo el mundo se odia e intentan impresionarse unos a otros en vano. Creo que si mi abuela bajará del cielo y viera ésto pensaría que es de locos, y vaya si lo es. En el instituto, los más "fuertes" y los más "populares" por así decirlo son quienes mandan. Pero eso no es todo, si éstos se meten con alguien, ese alguien intentará encontrar a alguien para no sentirse tan mierda como los otros quieren que se sienta. Y así sucesivamente.

Entramos a clase, ya empiezan a meterse con mi aspecto. Pero me la suda porque soy más fuerte que ellos, o al menos de eso intento convencerme. Me siento a un lado de la clase, a segunda fila. Es el sitio ideal, no estoy ni delante con los "frikis", ni detrás con los idiotas que no se soportan ni ellos.
Acaban las primeras tres horas y salimos al patio. Me gusta salir al patio, ponerme mi música y pasar un rato de todo. Música, ¿qué haría yo sin ella? Nada. Esa es la respuesta.
Mis amigas están hablando de temas que, sinceramente, no me interesan. Cotillear la vida de los demás no es mi hobby preferido. Por eso yo sigo con lo mío. De repente, mi dolor habitual en el pecho se hace más fuerte, se me hace difícil respirar. Como soy asmática siempre llevo un inhalador en la mochila, así que intento levantarme para ir al baño, porque no me gusta que nadie me vea o se compadezca de mi, pero nada más poner un pie en el suelo me tambaleo y me caigo. "¿Estás bien?" gritan mis amigas asustadas. Les intento decir que solo necesito el inhalador, pero no me salen las palabras. Miro corriendo a mi amiga, y ella enseguida me entiende y lo saca corriendo y me lo da. Todo el patio está pendiente de mi, dos profesores se acercan para ver qué pasa. No me gusta esto, no quiero ser el centro de atención joder.
Me cogen entre dos profesores y me llevan a la enfermería. La doctora ya me conoce, porque siempre estoy allí. Me tumba y pide a todos que salgan. Intenta hablar conmigo para que me calme pero mi dolor en el pecho sigue ahí. Una vez consigo hablar, le cuento lo del dolor en el pecho. Ella abre el armario en busca de algo, algunas pastillas quizás, y mientras me pide que le hable de todo lo que pasa por mi cabeza.
Me quedo callada y empiezo a pensar. Mis padres, el dinero, mi futuro, la gente, yo... Las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas. Ella me pide que se lo diga, que no me lo guarde, que será peor. Pero no puedo, nunca nadie me ha pedido que me desahogue, nunca lo he hecho. Me trae un vaso de agua y unas pastillas que huelen a las hierbas que tomaba mi abuela. La miro con cara de asco y me explica que son pastillas para relajarme. Me las tomo y le doy las gracias. Ella me mira con cara de compasión, la verdad es que creo que ella es la que más me ha ayudado en todo siempre.
Entra mi madre a la enfermería, asustada y armando jaleo, como de normal. La verdad es que estoy aburrida de esto ya. Siempre estoy en la enfermería. Si no es por el asma, es por algún virus que he pillado. Siempre estoy enferma. Los profesores ya se enfadan o ríen de mi. Los de mi clase siempre dicen que lo hago aposta para no ir a clase, pero es que lo que nadie sabe es que prefiero mil veces ir a clase que estar como estoy.
Traen mis cosas ya y me subo al coche de mi madre, todo el mundo sigue pendiente de mi, ¿por qué no se comprarán una vida y me dejarán en paz?
Vamos al hospital, entramos en urgencias y mientras mi madre habla con la recepcionista yo me siento en una silla. A mi lado hay un chico, tiene la mano vendada y el ojo morado, me pregunto que le habrá pasado.
Mi madre viene y me dice que enseguida nos llaman, y mientras empieza a preguntarme cosas y marearme ¿pero es que no entiende que lo último que necesito es que me mareen? Parece ser que no.
"Katerina Birán" gritan desde la consulta. Mi madre se levanta corriendo, por desgracia yo no puedo hacerlo tan rápido. Estoy mareada y me cuesta, pero gracias a Dios el chico de mi lado me ayuda. "Gracias" le susurro, y antes de que respondiera entro en la consulta. Allí había un médico alto, mayor y con barba. "¿Qué le pasa a esta señorita?" dice intentando ser gracioso, pero al ver mi cara creo que entendió que eso no iba conmigo. Mi madre como siempre empieza a hablar por mi, y yo solo me dedico a asentir, ya ni sé qué está diciendo. El hombre me mira a mi y me pide que hable yo, "por fin" pienso. Le explico lo que ha pasado en el patio y lo que he sentido. 

-¿Has sentido un fuerte dolor en el pecho? -Dice con la libreta y boli en la mano.
-Mucho más fuerte que el de todos los días. -Respondo yo.
-¿El de todos los días? -Pregunta él extrañado.- ¿Tienes dolor de pecho todos los días?
-Todo el tiempo. - Le digo como si fuera una cosa normal.- Pero ya he logrado acostumbrarme.
-Creo que tenemos que hacerte unas pruebas. Sal fuera y ahora te llamarán.

Han estado haciéndome pruebas hasta las 17:00 o así. Una hora y media después nos pasan a la consulta y ahí estaba el mismo médico que nos había atendido esta mañana

-Hola otra vez señorita Katerina. -Dice intentando ser amable.- Tengo aquí el resultado de las pruebas, y me temo que no son muy buenas noticias. -Mi madre ya se pone nerviosa y empieza a marear, que raro...- Por favor, cálmese. Hemos encontrado unas pequeñas dificultades en los alvéolos de los pulmones de su hija, lo que implica que puede que tenga enfisema o sea solo un ataque de asma. Para saber qué es realmente tenemos que hacer un último análisis de sangre, pero querríamos tenerla en observación una noche por si empeora.

"Genial" suspiro yo cansada. Mi madre firma no sé qué y la enfermera me saca sangre una vez más. Yo no sé ni como me sigue saliendo sangre, me habrán sacado los cinco litros ya en todo el día. Me acercan una silla de ruedas y me suben a las habitaciones. "Mierda, son las compartidas" pienso, "a saber con qué clase de abuelo me toca". Mi madre me ayuda a ponerme el camisón y me ayudan a subir a la cama ya que estoy demasiado débil. Una vez acostada miro a ver quién estará conmigo toda la noche, y qué sorpresa me llevo. No era ningún abuelo, sino...